"Memorias de un tiempo estacionario"
Óleo sobre lienzo, 80×120 cms. Dante Amerisi, 1998.

En un reino donde el tiempo se ha detenido, una mujer etérea, vestida con los hilos del destino, permanece sentada sobre la roca que ha sido apoyo y testigo de eones. Sus ojos, perdidos en el infinito, buscan respuestas en el horizonte azul que se mezcla con la tierra bajo sus pies.

A su lado, la estatua del Doríforo, símbolo de la perfección perdida, se mantiene firme a pesar de la ausencia de su brazo. Es un guardián silencioso de historias olvidadas, un compañero inmortal en la contemplación de la eternidad que poco a poco acaba con él.

Sobre ellos, un ángel de mármol se posa sobre una columna dañada, con sus alas desplegadas en un gesto protector. Observa a la mujer con una mirada llena de compasión, como si quisiera ofrecerle consuelo desde su pedestal en el cielo.

A la izquierda, la cabeza de un personaje de la Roma antigua, tallada con la precisión de los maestros escultores, mira directamente al espectador. Sus ojos en blanco como ventanas a un pasado glorioso. Ahora ese rostro es sostenido por una base frágil, a punto de desmoronarse bajo el peso mismo de la memoria.

Y en la esquina inferior, un caballo de ajedrez yace como un recordatorio de que el artista, el narrador de esta historia, se encuentra íntimamente ligado a la trama. Es el estratega, el jugador que mueve las piezas de ajedrez en este tablero de recuerdos translúcidos, donde ya solo queda él mismo.

La pintura, dividida en dos colores, es un lienzo donde la tierra y el cielo se encuentran en un abrazo eterno. Las figuras transparentes, como fantasmas, como recuerdos, danzan en una coreografía silenciosa, invitan a sumergirse en las memorias de un tiempo que se había detenido, pero que aún late con la belleza de lo que una vez fue.

Dante Amerisi.